Me gustaría empezar esta entrada proponiéndoos la siguiente pregunta:
¿Alumnos o etiquetas?
Como integrantes del sistema educativo, antes como alumno/a y ahora como profesores, hemos vivido en contacto constante con el concepto de evaluación.
Bajo el nombre de nota, este sustantivo tan temido por los alumnos parece ser, desde siempre, el objetivo clave del proceso de enseñanza aprendizaje.
De hecho cuando preguntamos a un/a alumno/a qué tal fue el curso (pongamos por ejemplo que estamos a final del curso) la respuesta que nos dará muy probablemente será “he sacado un… en…” o tal vez “aprobé X asignatura” o “suspendí x asignatura”.
El hecho de que el proceso de enseñanza aprendizaje pueda ser interpretado por el alumno como un recorrido que va mucho más allá de una nota final, parece estar fuera de los esquemas.
Se relaciona la adquisición de contenidos a la positividad de una evaluación, y por contra, se distingue la falta de conocimiento con el suspenso.
Ahora bien, ¿sigue manteniéndose esta tendencia en el sistema educativo de hoy en día?
Es obvio que existe una necesidad por parte del sistema educativo de dar cuentas de lo que se ha llevado a cabo en el aula y así mismo definir el sujeto/alumno en cuanto a su progreso en su recorrido académico. No obstante, la introducción de nuevos procesos de evaluación desarrollados en momentos diferentes del año escolar, parecen cambiar en parte la concepción de evaluación.
En efecto, si antes era el profesor el “dios hecho hombre” quien tenía el poder de etiquetar al alumnado con una u otra nota, hoy en día ese mismo/a docente ha de enfrentarse a otras metodologías de evaluación, condición que le obliga a respetar y ser objetivo con los resultados que proceden de ellas.
Hablo de etiqueta ya que por experiencia propia (y creo compartida por muchos de nosotros),en mi pasado como alumna he notado un comportamiento clasificador por parte de los profesores, comportamiento que también afectaba la visión del alumnado hacia del alumno en cuestión.
Es decir, cuando sacábamos una y otra vez una mala nota (independientemente del motivo que sea) entrábamos como alumnos en una espiral de negatividad en la cual nos sentíamos identificados como los que “no saben” o “no estudian”.
Desafortundamente las opciones que disponía un profesor para poder evaluar a un alumno era muy tradicionales y no iban más allá de la simple evaluación (tanto oral como escrita).
Hoy en día, por suerte, hemos avanzado mucho en cuanto al tema de evaluación, alejándonos del sistema tradicional examen-nota-clasificación para dar espacios a nuevas metodologías que no sólo convierten a los profesores en evaluadores más objetivos, sino también ofrecen la posibilidad al alumnado de ser partícipes de su evaluación y también contribuir a que la enseñanza del profesor mejore en aquellas lagunas que el/ella puedan crear.
En efecto, hoy en día se presentan tres tipologías de evaluaciones, cada una de las cuales contribuye a que no sólo el profesor pueda tener una visión global, fiable y válida del proceso de aprendizaje sino que permite también crear un ambiente de confianza y motivación por parte del alumnado.
Siguiendo el momento en el que se puede desarrollar una u otra evaluación, evidenciamos en primer lugar la evaluación diagnóstica o inicial la cual nos permite definir en qué situación se encuentran los alumnos, el punto de partida desde el que tenemos que empezar. Además de poder ser llevada a cabo de forma escrita u oral también nos permite identificar cuales son los objetivos reales que tenemos que tratar de alcanzar con el alumnado. Para ello, tal y como pudimos aprender en el aula, una fórmula adecuada que podría motivar al alumnado dentro de un aula de lengua es el auto-evaluación del alumnado a través del portfolio de las lenguas.
Por otra parte, la evaluación formativa, que no sólo sirve para informar al profesor sobre la efectividad de sus acciones (y por lo tanto el aprendizaje del alumno) sino sobre todo al alumno mismo acerca del proceso de aprendizaje. Se puede llevar a cabo en diferentes tiempos, tanto a lo largo de todo el curso como a lo largo de una unidad didáctica o minuto a minuto y el sujeto agente puede ser no sólo el profesor (con herramientas o técnicas diferentes), sino también por el alumnado o empleando la co-evaluación siempre por parte del alumnado.
Es justamente la evaluación formativa el punto de inflexión entre el pasado y el presente, ya que es justamente a través de esta metodología donde el alumno se ve protagonista de su propio aprendizaje y no simplemente objeto de valoración por parte del profesorado.
Juega aquí un papel importante el rol de profesor quien no sólo tiene que distinguir las herramientas o instrumentos de evaluación más adecuados para cada momento, sino también tiene que ser capaz de proporcionar un feedback descriptivo (por ejemplo utilizando notas, descriptores de competencias, informes de progreso) que le permita finalmente al alumno (no sólo a sus padres y al profesorado) tomar conciencia de su situación académica.
Cabe aquí detenernos un instante para hablar de la importancia de la co-evaluación dentro del aula ya que favorece no sólo el aprendizaje colaborativo sino que también facilita el aprendizaje. He de admitir que en el momento en el que empezamos a hablar de co-evaluación lo veía como algo poco objetivo, algo que podría haber sido distorsionado por la sujetividad del alumnado.
No obstante, el visionado del vídeo "Peer assessment" aclaró mis dudas acerca de la positividad de esta técnica de evaluación y comparto la idea de que ciertamente la co-evaluación es un punto de partida para que los alumnos tomen conciencia de lo que han hecho y lo que pueden hacer (de una forma no tan traumática como puede ser recibir una nota del profesor).
Finalmente, la evaluación sumativa, probablemente concebida como la más tradicional es aquella que se lleva a cabo en la parte final bien a final del curso, bien de un trimestre o una unidad. Los instrumentos que puede utilizar son múltiples desde rúbricas a checklists aunque es cierto que según mi opinión, queda rastro de una tendencia (en parte forzada) a tener que etiquetar y encasillar a los alumnos dentro de un determinado “nivel”.
Con respeto a este tema, que no sólo hemos analizado conceptualmente sino que también hemos llevado a la práctica a través de una tarea práctica de creación de rúbricas aplicadas a las actividades de mediación anteriormente creadas (en nuestro caso el Job-interview role-play), me gustaría terminar esta entrada compartiendo con vosotros el siguiente vídeo titulado ¿Alumnos o etiquetas?que trata sobre los conceptos de clasificación/etiquetas a los alumnos que pueden llevarse a cabo sobre todo por parte de los docentes.
Yo personalmente creo que cada alumno tiene fortalezas y debilidades que le distinguen de los demás pero es justamente deber del profesor realzar estas fortalezas y remoldear estas debilidades. La motivación y la confianza son el punto de partida para que el alumno emprenda el camino correcto.
Un abrazo
Sonia
Hola Sonia! Una entrada de lo más interesante respecto al tema de la evaluación, que me parece de lo más enriquecedor que hemos visto hasta el momento.
ResponderEliminarMe gustaría hacer hincapié en el tema de la coevaluación que mencionas ya que, aun pareciéndome interesante para su aplicación en el aula puesto que la relación entre iguales favorecería la comunicación y, por lo tanto, el aprendizaje, me parece complejo. Como he mencionado en mi entrada sobre este aspecto, creo que para desarrollar en el aula una coevaluación con resultados positivos en el alumnado, este debe tener una formación para saber cómo realizarla de una forma objetiva y enriquecedora. ¿Tú qué opinas?
Gracias por tu entrada.
¡Hola, Sonia!
ResponderEliminarTu entrada me ha parecido muy interesante, sobre todo por tu apelación a las “etiquetas” como modo de evaluación tradicional. Efectivamente, en mi vida como estudiante he observado en numerosas ocasiones esta forma de categorizar al alumnado, como si las notas fuesen una especie de compartimento estanco. Como tú misma indicas, este tipo de evaluación puede llevar a los/las discentes a una especie de bucle de negatividad, en el caso de ser considerado/a mal estudiante, o a miradas de decepción, en el caso de “fallar” y ser “un/a alumno/a sobresaliente”. Efectivamente, todos/as tenemos defectos y virtudes, y el sistema educativo no debe hacer hincapié en tan solo uno de estos dos elementos.
En cuanto a la co-evaluación, pienso que debemos familiarizar al alumnado con este método desde las etapas de infantil y primaria. Esta es una forma de que los/las estudiantes desarrollen su espíritu crítico, no solo con los/las demás, sino consigo mismos/as. Siendo sincera, no sé si la co-evaluación podría funcionar en grupos conflictivos en los que hubiese una mala relación entre compañeros/as o una competitividad insana. Quizás el éxito de esta técnica resida en cómo se la presentemos al alumnado.
Una vez más, enhorabuena por tu entrada. Un saludo.
¡Hola Sonia!
ResponderEliminarAntes de nada me gustaría felicitarte por tu entrada puesto que me ha sorprendido la relación entre la evaluación y las etiquetas.
Considero que es un tema del que no se habla nunca, pero la realidad es que desde bien pequeños piden notas y se nos encasilla para toda nuestra vida. Sin embargo, no creo que sea solo problema o culpa del sistema tradicional de evaluación; sino de la sociedad en sí. Porque si nos ponemos a pensar necesitamos buena nota para la carrera, para el master, para las oposiciones... y en algunos trabajos incluso me han pedido la nota media de la carrera! Para cambiar esto considero que también hay que cambiar la sociedad y enseñarnos que la nota no es lo más importante.
De ahí, que este cambio deba empezar desde la tierna infancia, cambiando los métodos de evaluación y optando por la co-evaluación, como bien mencionas. Esta técnica creo que podría tener muy buenos resultados puesto que desarrollaría el sentido crítico en el alumnado y también la responsabilidad al tener que evaluar ellos mismos. Además, creo que incluso llegarían a valorar más el trabajo del docente, ya que últimamente esta figura se ha visto un poco perjudicada.
Muchas gracias por tu entrada,
Lara.
¡Hola Sonia!
ResponderEliminarAntes de todo quería felicitarte por tu entrada, ya que me parece muy interesante lo que dices.
Contestando a la pregunta que pones al principio de tu entrada, debo decir que efectivamente, durante toda nuestra experiencia escolar, lo que nos definían eran las notas de cada asignatura, que si eran altas nos etiquetaban positivamente como el/la que sabe, estudia y se empeña, y si eran bajas nos etiquetaban negativamente como el/la que no sabe, no estudia y no se quiere empeñar o esforzar. Si pienso en mi experiencia personal he de decir que en algunas materias para mí no funcionaba así. Obviamente, prestar atención en clase, estudiar y aplicarse eran partes fundamentales para obtener buenos resultados, pero no siempre todo depende de eso. En mi caso, por cuanto me aplicara y esforzara tanto en clase como en casa, siempre tuve una carencia en las producciones escritas de italiano (los famosos “temi”, que tú y yo bien conocemos). Mi dificultad, desde pequeña, consistía en no conseguir sacar muchas ideas de mi cabeza, en no tener mucha creatividad, y en no saber muy bien como organizar esas ideas en el texto y tampoco como expresarlas de forma correcta. Con el tiempo aprendí que leer era una parte fundamental para aprender a escribir textos correctamente, porque ayuda mucho en estimular la creatividad y en organizar las ideas, pero cuando lo entendí ya era demasiado tarde. Hoy en día, la lectura sigue sin apasionarme y me cuesta mucho sentarme y abrir un buen libro para dejarme llevar por su contenido. A posteriori, pienso que si desde pequeña los docentes en lugar de solamente evaluarme en las materias, me hubieran ayudado a comprender lo que me gustaba y lo que no y me hubiesen apoyado en mis carencias, aconsejándome cosas y hablando con mis padres, es muy probable que poco a poco hubiese aprendido a leer y que hoy en día me gustara sentarme y aprovechar la lectura de un buen libro. De eso estoy segura, porque eso me pasó con las matemáticas, materia en la que desde pequeña iba bastante bien pero sin destacar, hasta que a partir de los primeros años de secundaria, gracias a una profesora severa pero comprensiva, empecé a comprender y apasionarme cada vez más a la asignatura, hasta llegar a un punto en el que solo con atender en clase y practicar un poco con los ejercicios, casi no me hacía falta estudiar en casa y siempre sacaba buena nota.
Con todo esto quiero decir que un buen docente, no es él que solamente es competente en su materia, trasmite conocimientos y evalúa a su alumnado, sino el que conoce a sus alumnos/as, sabe cuales son sus carencias y les ayuda, dentro de lo posible, a comprender y llenar esas faltas. Y esto es algo que como profesor/ra hay que hacer desde la escuela primaria y seguir hasta que acaben los estudios. Como tú bien dices, la evaluación formativa (con todos sus métodos de evaluación) es fundamental en todo esto y como futura profesora espero alejarme de la educación tradicional con la que crecí, y apoyar más este tipo de evaluación continua, para poder ayudar más a mis futuros alumnos en llenar sus carencias y apasionarse a la asignatura.
Una vez más, enhorabuena por tu entrada y tus aportaciones.
¡Un saludo!
¡Hola Sonia!
ResponderEliminarMe ha sorprendido muchísimo tu entrada. Has sido capaz de transmitir las nociones teóricas sobre la evaluación de una manera muy amena y con aportaciones propias que complementan muy bien esa información que das. ¡Enhorabuena! Sin embargo, si tengo que poner una pega a lo que has puesto en esta entrada es cuando te refieres a la "evaluación tradicional" yo lo cambiaría por calificación, simplemente, porque el docente antes no evaluaba a su alumnado, simplemente lo clasificaba en una nota del 1 al 10 en una prueba final, sin tener en cuenta todo el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Por otra parte, tu visión inicial de co-evaluación la compartía también hasta que, charlando con otros docentes que ya ejercen, me comentaron que llevan a cabo esos procesos de co-evaluación y que le permite al alumnado ser más consciente de su proceso de aprendizaje y ver sus punto débiles para poder pedir ayuda al docente y poder mejorar en consecuencia.
En definitiva, nuestra labor como docentes no debe centrarse tanto en una calificación final, sino en hacer párticipes a los alumnos y alumnas de la evaluación para conseguir un mayor rendimiento por su parte.
Un saludo.